La anacrónica decisión del Papa Benedicto XVI

13/Feb/2013

ALC, Nelson Pilosof (2008)

La anacrónica decisión del Papa Benedicto XVI

Nos enteramos con estupor y preocupación de la reciente decisión del Papa Benedicto XVI de modificar la plegaria del viernes santo, sustituyendo el texto actual instituído hace varias décadas por el Vaticano, y que absolvía al pueblo de Israel de la acusación de deicidio.La modificación del Papa Benedicto XVI incluye la plegaria que Dios “ilumine el corazón de los hebreos y que reconozcan a Jesucristo como su Salvador”.Parece increíble que a esta altura de la creciente relación fraternal entre cristianos y judíos, el Sumo Pontífice actual emita un pensamiento que nos retrotrae a épocas que creimos definitivamente superadas, donde ideas, como la que ahora de manera lamentable se instala nuevamente,  causaron padecimientos y agravios inenarrables al pueblo judío, al tiempo que mancillaron a la Iglesia misma, por haber cometido terribles crímenes contradictorios de la enseñanza de amor que Jesús consideró como la esencia de su mensaje y de su razón de ser.No es posible ser buen cristiano, y a la vez discriminar, perseguir, o enviar a los judíos o a otras gentes a la hoguera, por defender su derecho a elegir su propio camino para encontrarse con Dios.  Cuando se comienza con estas ideas, hay seguidores que se basan en ellas para adoptar posturas que van más allá de las palabras y que sólo traen posteriores desgracias a todos.  Aquellos capítulos nefastos de la historia de la Iglesia, buscaron ser superados por el pontificado de auténtico espíritu cristiano de los Papas Juan XXIII, Juan Pablo I y Juan Pablo II, a quienes evocamos con gratitud y admiración.Resuenan en nuestros oídos las conmovedoras palabras del R.P George Morelli, pidiendo “Perdón hermanos judíos por todo el daño que los cristianos os hemos causado”. Esta tremenda confesión la expresó el R.P. Morelli en 1964 en el púlpito de la Sinagoga de la Comunidad Israelita Sefardí del Uruguay. El Padre Moirelli estuvo prisionero en el Campo de Exterminio de Aushwitz, donde convivió con muchos judíos que sufrieron odio y murieron quemados en los hornos del nazismo.La decisión que comentamos desvía la admirable trayectoria de ilustres predecesores del actual Pontífice, que abrió en el mundo puentes de entendimiento y convivencia entre las dos confesiones bíblicas. La confraternidad judeo-cristiana se ha basado, desde su inicio hace ya muchas décadas, en el respeto recíproco a las creencias de cada uno de ambos credos. Esta nueva decisión se inscribe en una atávica tendencia de los sectores más fanáticos de la Iglesia, de pretender tener el derecho de convertir a los judíos al cristianismo. Basta repasar las negras épocas de la Edad Media, y retornan a la mente las discriminaciones, persecuciones, asesinatos, Inquisición, hogueras y conversiones forzadas de judíos,  que protagonizaron perversos fundamentalistas cristianos, quienes consideraron a “Jesucristo como el Salvador”, pero lo negaron con su comportamiento vesánico y  que ofendió gravemente todos los valores realmente cristianos.Retomar esta tendencia en esta etapa de la historia, además de inaceptable en su propia concepción e intención, podrá dar pie a los sectores de la Iglesia más proclives al antisemitismo, a diseminar su antijudaísmo. Encontrarán ahora un respaldo del que carecieron mientras estuvieron vigentes las sabias conductas y enseñanzas de Juan XXII, Juan Pablo I y Juan Pablo II.                        El mundo de nuestro tiempo nos despierta muchas inquietudes y presagios sobre el destino del hombre. Toda tendencia que se considere a sí misma como poseedora exclusiva de la verdad, está contribuyendo al miedo y al resentimiento entre los seres humanos, por violentar el derecho natural de cada quien a pensar y a sentir según le dicta su conciencia. Podemos y debemos fortalecer una convivencia basada en el respeto recíproco y en el derecho a pensar de modo diferente. Paz y armónica convivencia es responsabilidad que a todos incumbe.Los inquietantes vientos fundamentalistas que soplan desde otros credos, se podrán lamentablemente infiltrar en el seno de la Iglesia, y la buscarán desviar de su irrenunciable sendero de amor y convivencia fraterna con todos los hombres, respetando sus respectivas identidades y maneras de sentir a Dios, que es en esencia su primordial riqueza espiritual y acción en una humanidad tan enfrentada y confrontada. No podemos olvidar que hay en estos tiempos quienes nos consideran “infieles” a cristianos y a judíos. Les molesta que no aceptemos su visión religiosa. No respetan nuestros derechos respectivos de acceder a la relación con Dios desde la perspectiva de nuestras confesiones.                     Los judíos no necesitamos esta clase de consejos y aspiraciones. Que se nos deje vivir en paz y se respete nuestro incuestionable derecho a conservar nuestro sendero y nuestras tradiciones,  nacidas aun antes del Sinaí, y desde donde brota la verdadera inspiración de nuestra historia trascendente. Nuestra relación con Dios es tema exclusivo entre Dios y la Casa de Israel. Así como no nos inmiscuimos en credos ajenos, no volveremos a permitir que se inmiscuyan en el nuestro. Tenemos suficientes fuentes y ejemplos en nuestra historia para alimentar nuestra fe y nuestro compromiso con Dios.                       Hace justamente 50 años que un grupo de católicos, evangélicos y judíos fuimos convocados por el memorable sacerdote católico R.P Justo Asiaín Márquez, y su hermano Héctor, para dar nacimiento a la Confraternidad Judeo Cristiana del Uruguay. El mensaje que recibimos fue abrir nuevos puentes de amor y recíproca comprensión, para conocernos mejor y respetarnos en nuestras respectivas identidades, creando con el ejemplo de nuestras convicciones y nuestras conductas una relación fraternal, mensaje que compartimos por provenir de Dios, y que puede servir de inspiración a quienes esperan de judíos y cristianos que hagamos prevalecer el amor en nuestras respectivas trayectorias, y en nuestra relación recíproca.                       Gracias a aquellos inolvidables católicos, y a las decisiones que entonces adoptamos también evangélicos y judíos, así como a la permanente continuidad de queridos hermanos,  esta Confraternidad subsiste y se proyecta diariamente. Dentro de pocas semanas celebraremos el Cincuentenario de su nacimiento, y nos regocijaremos con los frutos espirituales que estamos cosechando, y que estamos comprometidos a proseguir sembrando y diseminando.                       Como uno de sus fundadores, me siento ligado a esta resposabilidad. La he asumido a conciencia,  sin desvíos ni inconsecuencias desde entonces.  Estoy dispuesto a continuarla. Sé que muchos hermanos cristianos sienten de la misma forma.  Esta decisión del Papa Benedicto XVI no nos impondrá ni una pausa ni una duda sobre esta trayectoria. Es, en todo caso, una inesperada advertencia. Tal vez el Sumo Pontífice pueda revisarla. Si así no lo hiciera, seguiremos amando del mismo modo a nuestros hermanos cristianos y a quienes no lo sean,  y continuaremos fieles al mismo Dios del Sinaí, que nos iluminó hacia un  destino singular, con el cual estamos comprometidos para siempre.